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CAPÍTULO 8: El obsequio

















E
n el patio la señora Romaña pregunta a mi maestra si su hijo ya presentó la declamación. Su sonrisa se apaga cuando le comunica que James se quedó mudo. La directora saluda a la señora Romaña y aprovecha para felicitar a mi maestra por mi declamación.
          — Hasta el momento es el mejor número y la danza que acaba de presentar estuvo excelente, sobre todo ese niño pícaro cuánto derroche de alegría— lo decía por Camilo.
          Mi maestra se siente una ganadora, la directora se despide de la señora Romaña y le agradece la donación del televisor a color. Sí, efectivamente esa señora es quien quiso dar esa donación al colegio.
          — Me puede explicar por qué el niño Gabriel tomó el lugar de mi hijo— le reclama muy molesta a mi maestra.
          — Señora Romaña no mal interprete las cosas— le pide y le explica lo sucedido.

          Una mamá llama a la profesora Fátima y después de volver a felicitar a Sarita y a mí se marcha.
          Al ingresar al salón James sostenía uno de los obsequios a punto de tirarlo al suelo. Al percatarse de nuestra llegada baja la mano. Me acerco y veo uno de mis regalos roto en el suelo. ¡No!, ¡no!, eso no puede ser. Ya les he contado con cuanto esfuerzo compré esos regalos para mis dos madres y uno estaba roto.

El demonio ingresó a mi cuerpo y me lancé contra James no sin antes quitarle el obsequio que tenía en sus manos para que no lo arruine. Josué sostiene el regalo mientras le reclamo al malvado de James. Sarita busca el regalo del riquillo, era una bolsa elegante con una cinta roja, allí había un costoso perfume.
— Gabo, este es el regalo de James— me lo enseña.
— Cica, ¡deja eso! — así la llamaba el riquillo por la cicatriz de su mano.
Josué me propone romperlo y pagarle con la misma moneda. No comparto esa idea y le pregunto a James por qué rompió mi obsequio.
— No seas ridículo, se cayó y estaba a punto de levantarlo.
— No mientas, si no veníamos ibas a romper también el otro— le reprocho.
— De verdad le vas a regalar esa sonsera a tu mamá, se ve que no la quieres.
Veo los trozos en el suelo y me agacho para ver si se puede hacer algo. Josué insiste para romper el regalo de James, este se acerca a Sarita para quitarle y en el forcejeo lo hacen caer. El muy mimado sale llorando y llama a la maestra. Ella no le hizo caso, estaba molesta por no declamar, en los ensayos lo había hecho tan bien. Lo ignora. Él no se queda tranquilo y ve a mi Mamá Grande quien venia del baño y me acusa. Camilo lo escucha y viene con ellos a mi salón.

Mi abuela me encuentra llorando, mis amigos me consolaban, ella era tan linda que creía en mí. ¡Oh cuánto la quiero! Secó mis lágrimas y me dijo que jamás olvidará el regalo. Cogió los tres pedazos e increíblemente eran las partes del cuento: la cabeza tenía el pico roto, al igual que las garras, las alas estaban rasgadas.
— ¿Gabo les ha contado la historia de un águila? — les pregunta a mis compañeros.
— Sí— responden ellos.
— Pues miren estos pedazos, para mí representa la regeneración por la que pasa el águila. Yo me quedaré con esta parte— sostiene los tres pedazos—. Y a tu mamá dale la parte renovada, es decir el obsequio intacto. Mira el pico, mira estas patas…

No les digo que mi nona es linda, de lo malo saca algo bueno. James se volvió a quejar y exigía que le paguemos por su perfume ya que le hemos dejado sin obsequio para su mamá. La señora Romaña ingresó.
— ¿Por qué mi hijo está llorando? — se acerca y lo consuela.
— Ocurre que James iba a sacar su ropa para cambiarse e hizo caer el obsequio que le iba a dar a usted— interviene Josué.
Camilo estaba a espaldas de la señora Romaña y le muestra al riquillo su pantalón mojado con orina para que no nos acuse.
— Mi amor no te preocupes, tú eres mi mayor regalo.
James quiso acusarnos y no lo hizo. No le convenía pues mis amigos le contarían a su mamá cómo pasaron las cosas relacionadas a la lonchera. Sarita le pidió a mi nona para que acuse a James por lo del regalo roto. Mi abuela prefirió que nos retiremos y nos salimos.

          Mamá salió sonriente cuando la llamaron para recibir su enorme canasta. En cuanto regresa a su sitio la mamá de James la felicita.
          — Allí está un vino que es riquísimo, y no sabe lo caro que es, espero lo disfruta— presume la señora Romaña ya que ella fue quien dio eso para la canasta.
          — Gracias— le responde mi madre en tono forzado.
          La señora Romaña desconocía que ella era mi mamá.

          El momento de los regalos a cada madre llegó. Tocaba el turno a mi salón, la maestra invita a cada mamá a pasar al frente, una música suena de fondo y mientras ella lee unas frases nos acercamos a nuestras madres y les damos nuestros regalos. La mamá de Camilo no vino, se queda parado y triste. Percibo ello y lo jalo conmigo. Le presento a mi mamá y él le da un beso.

Mi abuela al ver su obsequio disimuló muy bien como si recién lo estuviera viendo. Muy emocionada me agradece. Mi madre abre el regalo, yo la observo con una enorme sonrisa, y en cuanto vio mi obsequio que con tanto cariño lo compré tuvo una reacción que nunca olvidaré y por eso lo escribo.
          Ella siempre fue muy directa y dura a la vez.
          — Qué es esta tontería— fue lo primero que dijo mientras mira con desagrado al ave.
          Mi abuela le hace un gesto para que se calle y no lo hace.
          — Mejor hubieras comprado esos chocolates largos que tu papá siempre me traía—agrega.
          Camilo me da ánimo al verme a punto de llorar. Mi abuela le pide a mi madre que la acompañe al baño.
          — Pero mamá ya no fuiste hace un rato.
          — ¡Ven te he dicho! — le exige.

          Amigos, no tienen idea cómo me dolió esas palabras y lo poco que valoró mi regalo, fue el primer obsequio en físico que le di porque la maestra Fátima tenía razón siempre que llega el cumpleaños de nuestros padres o el Día de la Madre solo les damos un abrazo, un beso y si estás en el colegio un regalo hecho muchas veces por la profesora, pero nunca somos capaces de ahorrar y darles un obsequio con nuestro propio esfuerzo. Lo he hecho y mi mamá me mató con sus gestos y palabras.
          — Mamá si no te gusta entonces dáselo a mi nona— le digo antes que se retiren.
          Hizo caso a mis palabras y se lo dio.
          — Mamá toma no quiero esa ave fea. Gabo ya sabes lo sincera que soy, debes mejorar tus gustos. A qué madre le va a gustar un regalo como ese— me dice con frialdad.
          — ¡Basta hija!, ¡cállate!
          — Mamá Grande, ella tiene razón. Soy un tonto, tengo un pésimo gusto— lo digo con voz llorosa, no aguante más y las lágrimas corrían por mis mejillas—. Solo quería que tengas un obsequio— le aclaro a mi madre.
          — ¡Rosa! Guarda silencio. Ven conmigo— le grita mi abuela, la jala a un costado luego regresa hacía mí—. Gabito no le hagas caso. Ve con tu amigo al salón y en un momento te recojo.
          Camilo me da ánimos, él sabía lo duro que trabajé para comprar ese regalo.
— Si gustas vamos a la casa de Josué recuerdas que nos invitó para jugar— me motiva.

A varios metros mi nona le llama la atención a mi mamá. La idea de Camilo me pareció genial, mi amigo Josué me ha invitado tantas veces a su casa que nunca pude ir. Me acerco a pedir permiso, ellas no se percatan. Me oculto porque oí mi nombre y escucho la conversación.
— Mamá estoy harta de Gabriel. No me hagas hablar ese secreto que tú y yo bien lo sabemos y por lo cual le tengo cierta animadversión.
— No te das cuenta cuánto te quiere.
          — No debió malgastar el dinero. Cómo se le ocurre comprarme un pajarraco horrible. Y de dónde habrá sacado la plata para comprarlo, ¿acaso se lo diste tú?
— No digas tonterías. Seguramente tenía sus ahorros.
Mi nona sabía perfectamente que ahorré trabajando en el cementerio porque un domingo fue allá, de vez en cuando le gustaba llevar flores a su hija difunta. Si bien no le agradó que le haya mentido creyó que el fin era bueno. Por ello al siguiente domingo me mandó una bolsa con refrigerio. “Lleva eso e invítale a tu amigo Camilo”, me dijo.

Mi abuela iba a contarle cómo conseguí el dinero y me vio oculto.
— Aunque sabes ayer me di cuenta que me faltaba dinero. Pensé que lo dejé en mi mandil del trabajo, pero cuando lo busqué no había nada. Creo que esa señora que lo acusó de ladrón era verdad. ¡No puede ser! Gabo es un ratero. Seguramente con ese dinero me compró esta tontería— se enfada, le quita el obsequio a mi abuela y lo bota a la basura.
Mi nona me ve bañado en lágrimas. Salgo corriendo. Mi madre se percata que la he escuchado y que vi cómo botó mi obsequio que le compré con todo el amor del mundo.

La puerta estaba abierta, mientras corro las lágrimas salen como lluvia. A unos metros un auto a toda velocidad viene por la calle en la que estoy a punto de llegar.












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