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A CLÍNICA NOS TRAJO PROBLEMAS. ¿Por qué será que las personas
que las dirigen no parecen de este mundo? Porque si lo fueran se pondrían la
mano al pecho y no solo al bolsillo, ya que cobran un ojo de la cara. Es el Día
de la Madre y mamá se la pasó en la clínica. No solo me sentí mal por ello sino
porque estuvimos endeudados por mi culpa. Si hubiéramos estado asegurados no
tendríamos este problema.
Cuando estuve
convulsionando me llevaron de inmediato a la clínica más cercana. Creo que me
salvé de milagro. Hace un momento decía que los dueños de las clínicas son unos
miserables no puedo decir que todos, pero sí la mayoría porque solo les importa
cobrar. Cuando me llevaron a la clínica no quisieron atendernos vieron a mi
mamá con su ropa sencilla y supusieron que éramos pobres y que no podríamos
pagar lo que cuesta un día.
Mi nona se encargó de
amenazar a la encargada.
— Si algo le pasa a mi
nieto los denunciaré.
La profesora Paola
conocía a un galeno (médico) y eso ayudó. A los tres días mi mamá pidió si ya
me podían dar el alta, pero aún seguía con diagnóstico inestable.
Mi tío Elías otra
vez me agarró cólera, me culpaba por esa desgracia ya que si no hubiera salido
corriendo de mi Jardín nada hubiera pasado. Estuve internado una semana en la
clínica y bastó para estar endeudados. El negligente conductor que me atropelló
se echó a la fuga.
Cuando estuve internado
mi abuela fue a buscar a mi padre y confirmó que lo habían despedido desde hace
más de cinco meses. Lo fue a buscar a la casa de su hermana, se hizo negar y él
escuchó claramente cuando a mi tía le dijo que estaba muy grave en la clínica.
Mi abuela la insultó porque sabía que papá estaba oculto y ella se prestó para
eso. Después que cerró la puerta con fuerza, mi tía le pidió a papá para que
venga a verme, ella quiso hacerlo, pero en un par de horas salía de viaje. Le
dio a mi padre dinero para apoyarnos con el pago de la clínica.
A mi progenitor no le
importó visitarme. Se fue a libar con un amigo, al salir del bar lo asaltaron y
el dinero que pudo salvarnos de la deuda se fue al vacío.
Por el trabajo de mamá
tampoco teníamos seguro porque en cierta forma se hizo echar de su trabajo,
ella vendía ropa en una tienda del centro. La dueña era muy explotadora y no le
daba un buen trato, mamá no aguantó más y le dijo sus verdades a la mala
patrona y dimitió (renunció). La amiga de mamá le propuso vender ropa en la
calle y desde hace un par de meses trabajaba allí. Mi abuela también descubrió
eso.
Después de dos
semanas volví al Jardín. Un día que mi abuela fue a recogerme la esperaba en el
patio mientras ella conversaba con la directora, mi nona quiso pedirle que no
nos den las tarjetas de Bingo ni para las polladas que suelen dar por el
aniversario del Jardín, ya que estábamos pasando por momentos económicos
difíciles. Mi abuela quiso llorar y se contuvo.
— Algo me
comentó la profesora Fátima de una deuda que tiene usted con la clínica,
¿verdad?
— Quería
pedirle si el Jardín podría apoyarnos. Tengo entendido que de todas las
actividades por el aniversario sale una buena ganancia y de allí tal vez podrían
apoyarnos— le manifestó.
A la directora
no le pareció una buena idea, pues las ganancias están destinadas a implementar
cosas para el Jardín y no para ayudar al prójimo. Mi abuela comprendió que no
podrían apoyarnos.
— Hay algo que
sí podría hacer.
Mi abuela se
emociona al pensar que hay una opción y cambia de actitud al escuchar que la
señora Romaña es una buena persona y siempre está dispuesta a apoyar.
— Si gusta le
mando una solicitud a pedido de usted, estoy segura que no dudará en ayudarla.
Mi abuela solo
la mira.
— Me enteré
que tuvieron sus diferencias. No creo que eso sea un impedimento.
Mi nona tuvo
que aceptar, dos días después vino al Jardín por una respuesta.
— La señora
Romaña dijo que gustosa daría un donativo, puso como condición que se disculpe.
— Eso le dijo,
pues dígale que no— le quita la solicitud y la rompe—. Lo que quiere es
humillarme cuando fue ella quien insiste que mi nieto es un ladrón y que en
nuestra familia no le damos valores. Prefiero vender mi alma al Diablo antes
que pedirle disculpas.
Esa conversación
la escuché perfectamente. Durante el almuerzo mi nona estaba triste le daba
rabia que a los ricos les guste humillar a los pobres. La mamá de James vino al
Jardín al día siguiente, al verla me acerqué.
— Por favor
perdone el orgullo de mi nona y ayúdenos.
— Seguramente
tu abuela te mandó, ¿verdad? — fue lo que pensó—. Dile que si quiere algo tenga
el valor de acercarse y gustosa la escucharé.
La campana del
recreo suena y regreso a mi salón. Sarita me ve triste y les cuento lo que me
dijo la mamá de James. Ella se acercó al riquillo para exigirle que cumpla su
palabra, Camilo la escuchó y le pidieron lo mismo. No estaba dispuesto a decir
la verdad sobre la lonchera, Camilo le recordó que tenían un trato o todos se
enterarían que es un meón. La maestra ingresó y pidió silencio.
Sarita sin ser vista se
salió del salón y encontró a la señora Romaña a punto de irse. Al ver la mano
quemada de Sarita sintió animadversión. Pese a ello la escuchó.
— ¿Sabía usted
que Gabo evitó que vean en público a su hijo cuando en el día de la actuación
se orinó en el estrado?
— ¡Cómo dices pequeña!
Sarita se encargó de
contarle varios aspectos. Le contó que nunca le quité la lonchera a su hijo, sino
que él me la regaló. Le volvió a mencionar que gracias a mí no pasó vergüenza
por mearse en público.
La señora Romaña no
sabía qué decir. Mi maestra llama a Sarita molesta, se despide y le pide que me
ayude. La mamá de James regresó a la dirección y no encontró a la directora.
Ese día salía de viaje y en cuanto regresó (que fue un lunes) le comunicó a la
directora que nos ayudaría.
Al
día siguiente fue mi cumpleaños, fue quizá el peor que tuve. Mi nona estaba
molesta por la condición que puso la señora Romaña y eso le hizo olvidar mi cumpleaños.
Mi madre estaba en las mismas preocupada en cómo conseguir el dinero y aún
estaba afectada por la separación con papá. Fue un mal día, nadie se acordó de
mi cumpleaños. En el silencio de mi habitación me puse a llorar.
Mi hermano sí se
acordó, pero no le importó hacerle recordar a mi nona. Por la noche esperé a
mamá con la esperanza que vendría a saludarme, sí vino, pero no me dijo nada. Después
de cenar y conversar un rato con mi abuela se marchó, pues ya no vive con mis
abuelos porque una vecina le puso al tanto que han visto unos ladrones merodeando
(husmeando) la casa.
Al día siguiente la profesora
Fátima me vio muy triste y llorando. Le conté el motivo de mi pena. A la hora
de la salida mi nona vino porque la directora le comunicó la decisión de la
señora Romaña de apoyarnos con pagar la clínica. Fue de esa forma que nos
libramos de una gran deuda.
Mi abuela se retiró
más tranquila de la dirección y la abordó la profesora Fátima para comentarle
que me vio triste porque nadie se acordó de mi cumpleaños. Ella se sintió tan
mal que se puso a llorar. Josué las escuchó, su papá lo llamó y en su coche le
contó cómo olvidaron mi cumpleaños.
Al día siguiente mi
nona me preparó un rico desayuno. En clases al llegar a mi sitio del colegio vi
una caja con una cinta azul, decía: “Feliz cumpleaños, amigo”. Miro a los
costados y estaban ocultos mis grandes amigos. Me cantaron y me saludaron, se
disculparon por no saludarme en el día respectivo. Me pidieron que abra mi
regalo y era una lonchera costosa. Me emocioné porque era la que tanto quería,
pero no quise aceptarla pues ya una lonchera costosa me trajo problemas y no
quería más dificultades en casa.
A la hora del recreo
la profesora Fátima me regaló un libro de cuentos, me pidió qué me esfuerce en
aprender a leer para descubrir la magia de la lectura.
Josué pidió a su papá
para que hable con mi abuela y acepte el regalo. Por ello vinieron a mi casa,
mi nona los recibió con mucha amabilidad y les agradeció por el detalle.
Después que se marcharon mi nona dijo que me tenía tres sorpresas, la primera
la adiviné porque al ingresar el olor de cuy delató su primera sorpresa; la
segunda era el pastel que mamá se comprometió a traer y no lo hizo, es más no
llegó para que almorcemos juntos. Mi nona intentó disimular, iniciamos el
almuerzo por insistencia de mi hermano y sobre todo de mi tío. Le pregunté por
la tercera sorpresa y me pidió paciencia, pues sería dentro de unas horas
todavía.
Más tarde mi nona sin
que me dé cuenta trajo una torta, tuvo que fiársela. Mi tío la observa y le reclama
no solo por haber cocinado cuy cuando no tienen plata y está gastando en ello y
ahora por la torta.
— Ni en mi cumpleaños
eres tan atenta con mis gustos— le reprochó.
— No seas celoso, creo
que ya estás muy grande para hacerme esos reproches.
— Ese mocoso solo nos trae problemas o ya se
te olvidó de la deuda que aún tiene su mamá.
Me enteré que la mamá
de James dio el donativo. Me desagrada seguir escuchando los reproches que le
hace mi tío Elías a mi nona por los detalles que tuvo por mi cumpleaños. Deja
la torta algo oculta y se marcha a buscar a mamá para que por lo menos venga
para la cena.
Mi hermano husmea en
la cocina algo para comer y descubre la torta, la saca y mete el dedo para
probar un poco. Mi tía Mary le llama la atención. Pasé por allí y veo la torta.
Mi tía detiene a Frank para que deje de malograr la torta y me pide que la
lleve a su cuarto. Levanto la torta, Frank me pone el pie y me caigo. La torta
sale volando y ensucio a mi tío quien tuvo la mala suerte de aparecerse en ese
momento. Retrasé la cita con su enamorada por ensuciarlo.
En sus manos sostiene
mi lonchera nueva, si vino a la cocina era para reclamarme por esa lonchera
nueva. Pensó que me la robé. Observa su ropa con todo el chantillí de la torta y
explota su cólera no solo por ensuciarlo sino porque como ya les mencioné pensó
que me he vuelto a robar otra lonchera.
— No te basta con
todos los problemas que provocas. En esta casa eres un arrimado y si estás aquí
es gracias a mi madre que te engríe mucho. ¿De dónde has sacado esta lonchera? —
me la enseña.
— ¿A quién se la habrá
robado? — mete la cizaña Frank.
— No digan tonterías—
me defiende mi tía.
— Yo no robé nada— le
respondo.
— Ahora seguro vas a
decir que te la regalaron. No señor, no me vas a ver la cara de tonto. La otra
vez te defendí ante tu viejo y creo que no debí hacerlo porque no has aprendido
la lección de que no debes robar nada a nadie.
— Yo no soy ningún
ladrón, usted es el que saca monedas de la cartera de mi nona y cuando mi mamá
vivía aquí también le robaste— lo delato porque era verdad.
A mi tío Elías no le
agrada para nada la acusación que le acababa de hacer, empuña su mano. Observa
la lonchera que sigue en sus manos y se le cruza por la cabeza romperla y de
esa forma hacerme tragar mis palabras.
En la calle donde mi mamá
vende ropa llega mi abuela y le reclama su frialdad por no venir al almuerzo y
por no traer la torta, después de desahogar su ira, mi mamá solo la escucha.
— ¿Te pasa algo?, ¿no
vas a decir nada?
— Vi a Mauricio mamá.
— ¡Cómo dices!
— Pasó por aquí. Quise
acercarme, pero no lo hice.
Mi tía Mary trata de
persuadir a su hermano para que deje la lonchera y no lo logra, en vano también
le digo que mi amigo Josué me la regaló. Mi tío la chanca contra la pared, sale
al patio y la bota con fuerza contra la otra pared, esta se destroza.
— Eres un malvado,
eres igual que mi padre— le digo y salgo a la calle llorando.
Mi tía va a ver si aún
sirve la lonchera, quiero irme de la casa, viene a mi mente las palabras de mi tío
quien me dijo que debería de irme y que solo causo problemas. Mi autoestima
estaba por el suelo. La tarde está por despedirse. Lloro en la puerta de la
calle.
— Hola pequeño, ¿te
puedo ayudar en algo? — me pregunta un señor de unos treinta años.
Dejo de llorar y lo
observo.
— ¿Y usted quién es? —
le pregunto con un tono lloroso.
— Me llamo Gabriel— me
responde y pienso que me está bromeando.
— Ese es mi nombre.
— Vaya, entonces somos
tocayos.
— ¿Tocayos?, no sé qué
significa eso.
Mamá en el bus viene
conversando con mi nona sobre Mauricio, ella le cuenta que cuando lo vio se
removió el pasado.
— ¿Y qué harías si lo
vuelves a ver?
— No lo sé mamá.
— Ahora comprendo por
qué no has venido a almorzar. Por suerte logré disimular antes las preguntas de
Gabo por tu ausencia. Lo que no comprendo es qué hacía caminando por donde tú
trabajas.
— No sé, pero llevaba
un obsequio en su mano.
El señor amable me
alcanza su pañuelo y me limpio mis lágrimas.
— Disculpe señor, pero
no puedo hablar con usted— le alcanzo su pañuelo.
— ¿Y por qué?
— Mi Mamá Grande
siempre me ha dicho que no se habla con extraños.
— Y tiene toda la
razón. En realidad, no soy tan extraño, soy un viejo amigo de tu mamá.
— ¿Y de verdad se llama
Gabriel?
— Sí, mi nombre es Mauricio
Gabriel.
No lo sabía, pero
acaba de conocer quizá a mi verdadero padre.
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