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CAPÍTULO 10: El cumpleaños de Gabo

















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A CLÍNICA NOS TRAJO PROBLEMAS. ¿Por qué será que las personas que las dirigen no parecen de este mundo? Porque si lo fueran se pondrían la mano al pecho y no solo al bolsillo, ya que cobran un ojo de la cara. Es el Día de la Madre y mamá se la pasó en la clínica. No solo me sentí mal por ello sino porque estuvimos endeudados por mi culpa. Si hubiéramos estado asegurados no tendríamos este problema.

Cuando estuve convulsionando me llevaron de inmediato a la clínica más cercana. Creo que me salvé de milagro. Hace un momento decía que los dueños de las clínicas son unos miserables no puedo decir que todos, pero sí la mayoría porque solo les importa cobrar. Cuando me llevaron a la clínica no quisieron atendernos vieron a mi mamá con su ropa sencilla y supusieron que éramos pobres y que no podríamos pagar lo que cuesta un día.
Mi nona se encargó de amenazar a la encargada.
— Si algo le pasa a mi nieto los denunciaré.
La profesora Paola conocía a un galeno (médico) y eso ayudó. A los tres días mi mamá pidió si ya me podían dar el alta, pero aún seguía con diagnóstico inestable.

          Mi tío Elías otra vez me agarró cólera, me culpaba por esa desgracia ya que si no hubiera salido corriendo de mi Jardín nada hubiera pasado. Estuve internado una semana en la clínica y bastó para estar endeudados. El negligente conductor que me atropelló se echó a la fuga.
         
Cuando estuve internado mi abuela fue a buscar a mi padre y confirmó que lo habían despedido desde hace más de cinco meses. Lo fue a buscar a la casa de su hermana, se hizo negar y él escuchó claramente cuando a mi tía le dijo que estaba muy grave en la clínica. Mi abuela la insultó porque sabía que papá estaba oculto y ella se prestó para eso. Después que cerró la puerta con fuerza, mi tía le pidió a papá para que venga a verme, ella quiso hacerlo, pero en un par de horas salía de viaje. Le dio a mi padre dinero para apoyarnos con el pago de la clínica.
A mi progenitor no le importó visitarme. Se fue a libar con un amigo, al salir del bar lo asaltaron y el dinero que pudo salvarnos de la deuda se fue al vacío.

Por el trabajo de mamá tampoco teníamos seguro porque en cierta forma se hizo echar de su trabajo, ella vendía ropa en una tienda del centro. La dueña era muy explotadora y no le daba un buen trato, mamá no aguantó más y le dijo sus verdades a la mala patrona y dimitió (renunció). La amiga de mamá le propuso vender ropa en la calle y desde hace un par de meses trabajaba allí. Mi abuela también descubrió eso.

          Después de dos semanas volví al Jardín. Un día que mi abuela fue a recogerme la esperaba en el patio mientras ella conversaba con la directora, mi nona quiso pedirle que no nos den las tarjetas de Bingo ni para las polladas que suelen dar por el aniversario del Jardín, ya que estábamos pasando por momentos económicos difíciles. Mi abuela quiso llorar y se contuvo.
          — Algo me comentó la profesora Fátima de una deuda que tiene usted con la clínica, ¿verdad?
          — Quería pedirle si el Jardín podría apoyarnos. Tengo entendido que de todas las actividades por el aniversario sale una buena ganancia y de allí tal vez podrían apoyarnos— le manifestó.
          A la directora no le pareció una buena idea, pues las ganancias están destinadas a implementar cosas para el Jardín y no para ayudar al prójimo. Mi abuela comprendió que no podrían apoyarnos.
          — Hay algo que sí podría hacer.
          Mi abuela se emociona al pensar que hay una opción y cambia de actitud al escuchar que la señora Romaña es una buena persona y siempre está dispuesta a apoyar.
          — Si gusta le mando una solicitud a pedido de usted, estoy segura que no dudará en ayudarla.
          Mi abuela solo la mira.
          — Me enteré que tuvieron sus diferencias. No creo que eso sea un impedimento.
          Mi nona tuvo que aceptar, dos días después vino al Jardín por una respuesta.
          — La señora Romaña dijo que gustosa daría un donativo, puso como condición que se disculpe.
          — Eso le dijo, pues dígale que no— le quita la solicitud y la rompe—. Lo que quiere es humillarme cuando fue ella quien insiste que mi nieto es un ladrón y que en nuestra familia no le damos valores. Prefiero vender mi alma al Diablo antes que pedirle disculpas.

          Esa conversación la escuché perfectamente. Durante el almuerzo mi nona estaba triste le daba rabia que a los ricos les guste humillar a los pobres. La mamá de James vino al Jardín al día siguiente, al verla me acerqué.
          — Por favor perdone el orgullo de mi nona y ayúdenos.
          — Seguramente tu abuela te mandó, ¿verdad? — fue lo que pensó—. Dile que si quiere algo tenga el valor de acercarse y gustosa la escucharé.
          La campana del recreo suena y regreso a mi salón. Sarita me ve triste y les cuento lo que me dijo la mamá de James. Ella se acercó al riquillo para exigirle que cumpla su palabra, Camilo la escuchó y le pidieron lo mismo. No estaba dispuesto a decir la verdad sobre la lonchera, Camilo le recordó que tenían un trato o todos se enterarían que es un meón. La maestra ingresó y pidió silencio.

Sarita sin ser vista se salió del salón y encontró a la señora Romaña a punto de irse. Al ver la mano quemada de Sarita sintió animadversión. Pese a ello la escuchó.
          — ¿Sabía usted que Gabo evitó que vean en público a su hijo cuando en el día de la actuación se orinó en el estrado?
— ¡Cómo dices pequeña!
Sarita se encargó de contarle varios aspectos. Le contó que nunca le quité la lonchera a su hijo, sino que él me la regaló. Le volvió a mencionar que gracias a mí no pasó vergüenza por mearse en público.
La señora Romaña no sabía qué decir. Mi maestra llama a Sarita molesta, se despide y le pide que me ayude. La mamá de James regresó a la dirección y no encontró a la directora. Ese día salía de viaje y en cuanto regresó (que fue un lunes) le comunicó a la directora que nos ayudaría.

Al día siguiente fue mi cumpleaños, fue quizá el peor que tuve. Mi nona estaba molesta por la condición que puso la señora Romaña y eso le hizo olvidar mi cumpleaños. Mi madre estaba en las mismas preocupada en cómo conseguir el dinero y aún estaba afectada por la separación con papá. Fue un mal día, nadie se acordó de mi cumpleaños. En el silencio de mi habitación me puse a llorar.
Mi hermano sí se acordó, pero no le importó hacerle recordar a mi nona. Por la noche esperé a mamá con la esperanza que vendría a saludarme, sí vino, pero no me dijo nada. Después de cenar y conversar un rato con mi abuela se marchó, pues ya no vive con mis abuelos porque una vecina le puso al tanto que han visto unos ladrones merodeando (husmeando) la casa.

Al día siguiente la profesora Fátima me vio muy triste y llorando. Le conté el motivo de mi pena. A la hora de la salida mi nona vino porque la directora le comunicó la decisión de la señora Romaña de apoyarnos con pagar la clínica. Fue de esa forma que nos libramos de una gran deuda.
Mi abuela se retiró más tranquila de la dirección y la abordó la profesora Fátima para comentarle que me vio triste porque nadie se acordó de mi cumpleaños. Ella se sintió tan mal que se puso a llorar. Josué las escuchó, su papá lo llamó y en su coche le contó cómo olvidaron mi cumpleaños.

Al día siguiente mi nona me preparó un rico desayuno. En clases al llegar a mi sitio del colegio vi una caja con una cinta azul, decía: “Feliz cumpleaños, amigo”. Miro a los costados y estaban ocultos mis grandes amigos. Me cantaron y me saludaron, se disculparon por no saludarme en el día respectivo. Me pidieron que abra mi regalo y era una lonchera costosa. Me emocioné porque era la que tanto quería, pero no quise aceptarla pues ya una lonchera costosa me trajo problemas y no quería más dificultades en casa.
A la hora del recreo la profesora Fátima me regaló un libro de cuentos, me pidió qué me esfuerce en aprender a leer para descubrir la magia de la lectura.

Josué pidió a su papá para que hable con mi abuela y acepte el regalo. Por ello vinieron a mi casa, mi nona los recibió con mucha amabilidad y les agradeció por el detalle. Después que se marcharon mi nona dijo que me tenía tres sorpresas, la primera la adiviné porque al ingresar el olor de cuy delató su primera sorpresa; la segunda era el pastel que mamá se comprometió a traer y no lo hizo, es más no llegó para que almorcemos juntos. Mi nona intentó disimular, iniciamos el almuerzo por insistencia de mi hermano y sobre todo de mi tío. Le pregunté por la tercera sorpresa y me pidió paciencia, pues sería dentro de unas horas todavía.

Más tarde mi nona sin que me dé cuenta trajo una torta, tuvo que fiársela. Mi tío la observa y le reclama no solo por haber cocinado cuy cuando no tienen plata y está gastando en ello y ahora por la torta.
— Ni en mi cumpleaños eres tan atenta con mis gustos— le reprochó.
— No seas celoso, creo que ya estás muy grande para hacerme esos reproches.
— Ese mocoso solo nos trae problemas o ya se te olvidó de la deuda que aún tiene su mamá.

Me enteré que la mamá de James dio el donativo. Me desagrada seguir escuchando los reproches que le hace mi tío Elías a mi nona por los detalles que tuvo por mi cumpleaños. Deja la torta algo oculta y se marcha a buscar a mamá para que por lo menos venga para la cena.

Mi hermano husmea en la cocina algo para comer y descubre la torta, la saca y mete el dedo para probar un poco. Mi tía Mary le llama la atención. Pasé por allí y veo la torta. Mi tía detiene a Frank para que deje de malograr la torta y me pide que la lleve a su cuarto. Levanto la torta, Frank me pone el pie y me caigo. La torta sale volando y ensucio a mi tío quien tuvo la mala suerte de aparecerse en ese momento. Retrasé la cita con su enamorada por ensuciarlo.
En sus manos sostiene mi lonchera nueva, si vino a la cocina era para reclamarme por esa lonchera nueva. Pensó que me la robé. Observa su ropa con todo el chantillí de la torta y explota su cólera no solo por ensuciarlo sino porque como ya les mencioné pensó que me he vuelto a robar otra lonchera.
— No te basta con todos los problemas que provocas. En esta casa eres un arrimado y si estás aquí es gracias a mi madre que te engríe mucho. ¿De dónde has sacado esta lonchera? — me la enseña.
— ¿A quién se la habrá robado? — mete la cizaña Frank.
— No digan tonterías— me defiende mi tía.
— Yo no robé nada— le respondo.
— Ahora seguro vas a decir que te la regalaron. No señor, no me vas a ver la cara de tonto. La otra vez te defendí ante tu viejo y creo que no debí hacerlo porque no has aprendido la lección de que no debes robar nada a nadie.
— Yo no soy ningún ladrón, usted es el que saca monedas de la cartera de mi nona y cuando mi mamá vivía aquí también le robaste— lo delato porque era verdad.
A mi tío Elías no le agrada para nada la acusación que le acababa de hacer, empuña su mano. Observa la lonchera que sigue en sus manos y se le cruza por la cabeza romperla y de esa forma hacerme tragar mis palabras.

En la calle donde mi mamá vende ropa llega mi abuela y le reclama su frialdad por no venir al almuerzo y por no traer la torta, después de desahogar su ira, mi mamá solo la escucha.
— ¿Te pasa algo?, ¿no vas a decir nada?
— Vi a Mauricio mamá.
— ¡Cómo dices!
— Pasó por aquí. Quise acercarme, pero no lo hice.

Mi tía Mary trata de persuadir a su hermano para que deje la lonchera y no lo logra, en vano también le digo que mi amigo Josué me la regaló. Mi tío la chanca contra la pared, sale al patio y la bota con fuerza contra la otra pared, esta se destroza.
— Eres un malvado, eres igual que mi padre— le digo y salgo a la calle llorando.
Mi tía va a ver si aún sirve la lonchera, quiero irme de la casa, viene a mi mente las palabras de mi tío quien me dijo que debería de irme y que solo causo problemas. Mi autoestima estaba por el suelo. La tarde está por despedirse. Lloro en la puerta de la calle.
— Hola pequeño, ¿te puedo ayudar en algo? — me pregunta un señor de unos treinta años.
Dejo de llorar y lo observo.
— ¿Y usted quién es? — le pregunto con un tono lloroso.
— Me llamo Gabriel— me responde y pienso que me está bromeando.
— Ese es mi nombre.
— Vaya, entonces somos tocayos.
— ¿Tocayos?, no sé qué significa eso.

Mamá en el bus viene conversando con mi nona sobre Mauricio, ella le cuenta que cuando lo vio se removió el pasado.
— ¿Y qué harías si lo vuelves a ver?
— No lo sé mamá.
— Ahora comprendo por qué no has venido a almorzar. Por suerte logré disimular antes las preguntas de Gabo por tu ausencia. Lo que no comprendo es qué hacía caminando por donde tú trabajas.
— No sé, pero llevaba un obsequio en su mano.

El señor amable me alcanza su pañuelo y me limpio mis lágrimas.
— Disculpe señor, pero no puedo hablar con usted— le alcanzo su pañuelo.
— ¿Y por qué?
— Mi Mamá Grande siempre me ha dicho que no se habla con extraños.
— Y tiene toda la razón. En realidad, no soy tan extraño, soy un viejo amigo de tu mamá.
— ¿Y de verdad se llama Gabriel?
— Sí, mi nombre es Mauricio Gabriel.

No lo sabía, pero acaba de conocer quizá a mi verdadero padre.










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