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IENTRAS MIS PADRES MIRABAN
el noticiero en el cual decían que en la Panamericana Sur hubo un choque
de buses y que la mayoría salió indemne (ilesos) por lo cual había pocos heridos. Así mismo las pesquisas (investigaciones) sobre la causa del accidente aún se desconocían,
yo esperaba un comercial donde promocionan la lonchera del Chavo del 8. A los
pocos segundos salió esa propaganda y mientras la observo deseé tener esa
lonchera.
Mis padres estaban
discutiendo, mi madre molesta apagó el televisor y me mandó al patio. Desde
allí escuché que le dijo a papá que, aunque el Estado no es imperativo (autoritario) con
el Jardín, que es la primera etapa escolar en ese entonces (ahora se le llama
inicial), sería bueno que asista para que haga algo útil y aprenda algo.
Cuando tenías cinco
años los niños no estábamos obligados a asistir al colegio. Tampoco había esas
reglas de que si naciste después del mes de marzo o julio tienes que esperar
hasta el siguiente año. No señor, no había nada de eso. Lo obligatorio era
asistir a Primero de Primaria a partir de los seis años sin importar el mes de
nacimiento. El nivel inicial se llamaba JARDÍN y solo duraba un año (no tres
como es ahora) y se podía matricular desde los cinco años, el que quería
estudiaba y si no lo hacías no había ningún problema. Cuando tu papá te
matriculaba en el primer grado te aceptaban.
Mi madre me matriculó al JARDÍN para que vaya
aprendiendo algo y también porque al ir allí ellos se “libraban” de mí ya que
no había quien me cuide porque ellos trabajaban. Por ello decidieron no solo
que vaya al Jardín, sino que me mandaron a vivir a la casa de mis abuelos. A ellos
les disgustaba que les diga abuelos; por eso los llamaba Mamá Grande y Papá Grande.
La noticia de vivir con ellos me alegró mucho, pues mi humilde casa no me
gustaba mucho.
Mi
primer día de clases se acercaba y soñaba con mi lonchera nueva y mi mandil del
jardín. Casi lloré cuando no tuve nada de eso. Es decir, lo tuve, pero la que
usó mi hermano mayor. Adiós lonchera del Chavo del 8. Me dio cólera tener que
usar todo gastado. “Eres muy reclamón”, me decía mi tía Mary quien este año
inicia la secundaria. Ese día mi Mamá Grande me llevó de la mano al Jardín que
estaba a veinte minutos de la casa. Al llegar a mi nuevo hogar ingresé
emocionado. Algunos niños no querían ingresar, tenían miedo a quedarse sin sus padres.
Uno de ellos era Josué quien no dejaba de llorar.
Me acerqué y le invité el chupetín que mi linda
Mamá Grande me compró de la tienda. (Sé que dentro de una semana no tendré
otro, pero quise dárselo). Mi obsequio lo tranquilizó y dejó de llorar. Su
joven papá me agradeció y se fue tranquilo.
Al
ingresar al salón vi las mesas redondas y estaban pintadas con los colores
primarios. Me senté junto con Josué. Puso su nueva lonchera encima de la mesa y
abrí la boca de la emoción al ver la lonchera que tanto vi en la televisión.
— ¡Guau!, ¡es genial! La miré por todo lado como
si fuera un tesoro valioso.
— ¿Te gusta el Chavo del 8? — me preguntó mi
nuevo amigo.
— Sí, me da mucha risa.
No comprendí porque se enojó, pues si le disgusta
que vea el Chavo del 8 por qué su lonchera tiene a ese personaje. La maestra
ingresó. Era una señora algo gorda, su cabello con rulos y unos lentes gruesos.
Comía unas galletas. Me dio una mala impresión. Una madre de familia la llamó y
dejó sus galletas. Camilo, un compañero pecoso, algo despeinado se acercó al
pupitre y se sacó un par de galletas. Se dio cuenta que lo vi y con su dedo índice
me pidió que no diga nada.
Al rato llegó otro
niño, este era flaco, tenía el cabello castaño y de tez clara. Su nana fue
quien lo trajo. Desde la puerta le indicó que a mi lado había un sitio y se
acercó. Cuando observó mi lonchera amarilla, toda vieja y sin dibujo se mató de
la risa.
— ¡Qué asco! Cómo puedes poner esa basura encima
de la mesa— me expresó como si mi lonchera estuviera manchada con caca.
Las loncheras de antes solo tenían dos formas,
las rectangulares y sin dibujos (eran más económicas); las cuadradas y con
dibujos de moda como la que tenía Josué y James, el niño adinerado que acababa
de burlarse de mi lonchera.
Observo su fantástica lonchera, tenía la imagen
de un dibujo animado que me gustaba mucho, era un héroe de otro planeta llamado
Thundera. Leono, era el
protagonista quien a
través de su espada del augurio veía cuando sus amigos estaban en problemas.
Como todo niño de ese entonces también era fanático, pero me gustaba más el
Chavo del 8 por ser un niño como yo: pobre.
La lonchera de James era tan bonita como la de
Josué. El niño creído busca si hay otro lugar, mi compañero al que le di el
chupetín había escuchado su afrenta
(ofensa), me miró mudo y con los ojos llenos de rabia por las palabras del niño
ufano (presumido)
— Si gustas yo me quedo aquí— se acerca al lugar
donde estaba James y le señala el sitio que acababa de dejar—. Allí está vacío.
James, sin dudarlo se fue.
— No le hagas caso y discúlpame por molestarme
solo porque te gusta el Chavo del 8. Tengo mis motivos y tal vez después te lo
cuente.
Le di una sonrisa y desde ese día tuve un gran
amigo.
La hora del recreo llegó, tenía mucha curiosidad
por ver las instalaciones del Jardín. Josué me acompañó. La gelatina que su
mamá le mandó estaba deliciosa, cuando me la invitó la acepté con gusto. Si me
gusta es gracias a mi Mamá Grande. Me dijo que la gelatina ayuda a fortalecer
los huesos, ayuda a curar las heridas, es buena para las uñas, la piel, el
cabello y también ayuda a mejorar el sueño. Bien linda mi Mamá Grande sabía
cómo convencerme para alimentarme bien
.
— Es curioso cuando dices Mamá Grande.
— Según mi Papá Grande, lo correcto es llamarlos
así porque la palabra abuelo es ofensivo.
Cuando
escuchó la palabra abuelo, Josué se puso triste. No quise ser inoportuno y no
le pregunté la razón de su tristeza. La escuela es pequeña lo que más me gusta
son los columpios y su amplio patio todo verde, allí me eché y empecé a darme
vueltas. Josué hizo lo mismo y reímos mucho.
Hay
cinco salones y es netamente para le etapa de estudio llamado Jardín (nivel
inicial). Al volver al salón quien se
percató que no estaba mi lonchera fue Josué. La busqué por todo lado y no la encontré.
Miro el pupitre de la maestra para comunicarle que no hay mi lonchera y aún no
ha regresado.
— ¿Estás buscando tu lonchera? — me preguntó en
voz baja Camilo, era aquel compañero pequeño y pecoso a quien al comienzo de la
clase le vi sacarse unas galletas de la maestra.
— Sí, la dejé aquí y no está.
Se percata que James no lo vea. Estaba
entretenido presumiendo su lonchera con otros niños a quienes les decía que
tiene cada uno de los personajes del dibujo animado de los Thundercats. Los que
lo escuchaban no le creían ya que ellos solo tenían uno o dos y no toda la
colección.
— Vi que el presumido de
James la botó en el tacho de basura que está en el patio cerca a la puerta de
la salida de la escuela.
Me acerqué a James sin dudarlo y le exijo que
saque mi lonchera de la basura. Afuera del colegio el carro de la basura
anuncia su llegada. James da una sonrisa.
— Gabo, el jardinero está llevando a la calle el
tacho grande— me avisa Josué.
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