CAPÍTULO 12
LA CONFESIÓN DE TOÑO
(Toño)
L
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A ACUSACIÓN DE LUCECITA me tomó por sorpresa. Ambos esperaban
mi respuesta. Bien dicen que no hay crimen perfecto pues siempre el culpable
deja una pista y yo había cometido ese gran error.
—
Te quedarás callado— me reclama Lucecita.
—
No puedo creer esta desconfianza—miro a Beto buscando su ayuda—. Amigo no
creerás que yo…
—
No creemos nada Toño, solo dinos por qué tu moneda de la cual nunca te despegas
apareció en mi establo.
Sinceramente
no sabía que excusa inventar, pero siempre hay algo que a uno lo salva y esta
vez no fue la excepción. Un compañero vino alarmado pidiendo ayuda porque vio a
la profesora de Matemáticas desmayada en el salón. Por suerte el director
estaba en la dirección y nos ayudó a auxiliarla.
—
Ya está mejor— pregunté a Beto cuando los veo salir de la dirección.
—
No es nada grave, según el director la maestra está embarazada— me responde.
—
¿Y por qué no ingresaste? — me reclama Lucecita.
—
Ya saben que odio ver a las personas desmayadas es como un trauma que tengo
desde aquella vez que vi a mi abuelo…—mi voz quiere quebrarse.
—
No recuerdes eso amigo, te hace daño— interviene Beto y con su mirada amonesta
a Lucecita.
—
Beto será mejor que vayamos a nuestras casas a almorzar o llegaremos tarde a
las clases de reforzamiento— digo para evitar que me vuelvan a tocar el tema.
—
No Toño, no te irás sin aclararnos y respondernos por qué tu moneda estaba en
el establo— interviene Lucecita.
Vuelvo a hacerme el indignado y no
funciona. Beto rompe su silencio y la apoya.
—
No tomes a mal esa pregunta, debes comprender nuestra inquietud ya que esa
moneda solo la cargas tú. Debe ver una explicación de cómo apareció en mi
establo.
—
Realmente me siento injuriado (ofendido). Cómo pueden creer que yo podría
hacerle daño a Pastor si lo quería mucho— vuelvo a hacerme la víctima.
—
Hace un mes perdiste tu moneda y moviste cielo y tierra para encontrarla. Amas
tanto esa moneda que darías tu vida por ella— agrega Lucecita.
—
A mi casa no has venido desde hace días, solo ayer y Lucecita tiene razón, en
ningún momento te asomaste al establo. Explícanos por favor. Solo responde por
qué perdiste tu moneda en mi casa.
Escucho
su argumento de cuando ella fue a la casa de Beto y me escondí. Lo recordaba
perfectamente.
—
Si viste algo o estuviste allí dilo por favor— me pide el muy sandio (tonto).
—
A dónde quieres llegar Beto, ¿me estás llamando asesino? — muestro mi enfado—.
No pienso escuchar más. Jamás pensé que me creyeran capaz de tal maldad.
—
¡Espera! — me detiene Beto con fuerza presionando mi brazo.
—
Además de eso habían huellas como las de tus zapatillas y por eso…
Me
zafo con fuerza y me alejo para no escucharlos. Ambos me exigen una respuesta y
no los escucho, me subo al caballo y me voy molesto. En el camino me detengo y
golpeo un árbol para descargar mi rabia. Si no hago algo todo se irá al diablo.
Lucecita me cree un asesino y eso me apena. Beto se atrevió a desconfiar de mí,
jamás lo había hecho.
(Beto)
Lucecita
insiste en que Toño oculta algo o que él es el asesino. Yo intento defenderlo y
encontrar una razón para justificar el hallazgo de la moneda en mi establo. Esa
tarde mi amigo no vino a la clase de reforzamiento, mi tutor me preguntó por él
y no le di ninguna razón. Al día siguiente no vino a clases. Lucecita me
propuso para pasar por su casa. No estuve de acuerdo, le dije que si al día
siguiente vuelve a faltar lo buscaremos. No fue necesario porque un día después
sí vino.
Toño
se mostró esquivo y no me dio la cara. A la hora del recreo lo busco en el
patio trasero, allí estaba conversando con un compañero. Lo llamo para hablar
en privado y me ignora. Viene a mi mente cuando Pastor ladró a alguien y yo
busqué por mi entorno y no vi a nadie; también cuando lo encontré moribundo y
lo mucho que lloré. Ver allí inmóvil a mi mejor amigo y que no sepa responder y
dar razón sobre su moneda en mi establo me descontroló. Lo empujé y le exigí
una respuesta. Toño cae al suelo, mis compañeros se quedan sorprendidos con mi
reacción pues jamás imaginaron que algún día golpearía a alguien que era como
mi hermano.
—
¡Párate! — le ordeno, él lo hace y se limpia el polvo de su uniforme.
—
Debes entender que Pastor no regresará por más que intentes buscar un culpable—
me responde.
—
Por qué complicas las cosas, la pregunta es simple y ya me cansé de hacértela
una y otra vez.
Lucecita
se acerca e intenta calmarme.
—
Quieres oír una respuesta, está bien te la diré.
En
el patio todos están aglomerados presenciando la escena, algunos cuchichean y
se enteran sobre la moneda. Toño oye los rumores. No comprendo cómo lo
supieron, miro a Lucecita y ella niega con su cabeza. No había duda que
también estaba sorprendida como mi persona.
—
Al parecer has querido humillarme delante de todos y ya se han enterado. No te
juzgo amigo, sé que se siente perder a alguien que quieres y el hecho que
Pastor sea un animal no le resta el amor y cariño que se le pueda tener.
—
Déjate de ambages y responde la maldita pregunta— le vuelvo a exigir.
—
Mírate— observa mi mano empuñada—, no eres tú, en tus ojos hay ira y en tus
manos ganas de golpearme. Si quieres hazlo— me provoca.
—
¡Basta!, no solo es la moneda también son tus zapatillas—para colmo las llevaba
puestas, mis compañeros dirigen su mirada a su calzado.
—
¿Acaso te gustan? — me responde con sorna (ironía).
—
Las huellas de tus zapatillas son las mismas que vimos en el establo de Beto—
interviene Lucecita.
—
Al parecer todo indica que soy una basura y la peor persona del mundo, ¿verdad?
—
Si no tienes nada que ver por qué no respondes qué hacía tu moneda en la casa
de Beto— agrega mi compañero Rodrigo, aquel que ocupó el cuarto lugar en el
examen de la primera fase de la beca (si recuerdan el tercer lugar fue de
Lucecita, el segundo de Casimiro y en el primer puesto empaté con Toño).
Los
demás opinan lo mismo y le piden una respuesta. Toño estaba con los ojos
llorosos por tal humillación pues estaba quedando como un ser sin sentimientos
al matar a mi querido Pastor.
—
Si quieren una respuesta, una respuesta les daré— después de dirigirse a mis
compañeros mi mira con pena y rabia—. Si lo que quieres oír es que yo fui quien
mató a Pastor pues mi respuesta es SÍ. Yo maté a tu mascota, yo le di veneno y la
prueba es esa MONEDA.
¿Qué
debo hacer ante tal confesión?, ¿qué harían ustedes?
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