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Capítulo 3: Papá y el tutor



CAPÍTULO 3




PAPÁ Y EL TUTOR



(Beto)


L
UCECITA INSISTIÓ AL PROFESOR para acompañarlo donde mi escondite, este se negó. Le pidió para aclararle lo dicho por la boca suelta de nuestro profe, Toño sí que la fregó por mentirla. Quiso hacer algo al respecto, mas fue en vano, ella estaba muy disgustada y le expresó su decepción por matarme de hambre, eso le partió el alma. Se fue dejándolo con la palabra en la boca, quiso alcanzar al profesor, pero le perdió el rastro.

Papá agrandó sus ojos al oír la propuesta de Casimiro, mi madre volvió y estos salieron rápido sin decir nada. Las tripas me reclamaban comida, he notado muy extraño a mi amigo Toño, ayudar a remover la tierra de sus chacras me cansa y agota, era mi forma de agradecerle por su ayuda. Extraño ir al colegio y estoy con una semana de desventaja. Oí unos pasos, pensando que era Toño lo llamé y sin tocar ingresó mi tutor. Me contó el porqué mi amigo me tenía abandonado y al ver la comida olvidé su alevosía (traición)por revelar mi ubicación.
— Vengo a llevarte a tu casa— me dijo el maestro mientras di el último bocado.
— Imposible profe, a mi casa no puedo regresar, mi padre es terco y jamás perdonará mi desobediencia.
Mientras me hacía entrar en razón escuchamos unos pasos. Casimiro prefirió no ingresar y se marchó frotándose las manos en señal de triunfo, luego lo pensó bien y se escondió en un árbol cerca de la cabaña para ganarse con mi paliza.
— Debe ser Luz, tranquilízate— me pidió el profe.
— Acaso Toño también le reveló el secreto a ella— inquirí.
— No, seguramente me siguió.
Me tranquilicé y mi alma se esfumó al ver el rostro adusto (serio, severo) de mi padre quien al ver a mi maestro le dijo una serie de improperios (insultos), no escuchó razones ni explicaciones. Le exigió se retire y mi tutor no le hizo caso. De las orejas me sacó de la pequeña cabaña, me dio un par de patadas. Casimiro disfrutaba de mi paliza, quiso soltar una risotada (risa exagerada) o mejor dicho se le escapó una, giré mi cabeza y no vi a nadie. Supuse que Casimiro había faltado a su palabra, pese de haberse portado afable (amable) hace poco cuando vino a visitarme. En el camino mi padre no dejaba dejó de empujarme, volvió a injuriarle al maestro y este nos siguió de lejos.
— ¿No vas a preguntarme cómo descubrí tu escondite? — me inquirió.
— Debió ser Casimiro, ¿verdad?
— No, fue Toño—mintió.
Me costó creerle, supuse que papá no se prestaría para una mentira de Casimiro y le creí. Mamá estaba en el patio recogiendo ropa seca y al verme la soltó y corrió a darme un efusivo abrazo. Lloró de alegría. Me sentí mierda, pues un hijo no debe hacer llorar a su madre y yo lo había hecho. El reencuentro fue interrumpido por uno de los peones que papá solía contratar para la siembra, este vino horas antes de la llegada de Casimiro y papá le indicó que trabajase en unas de nuestras tierras cerca al río.
— Tan rápido terminaste tu trabajo, muchacho— le dijo mi padre algo extrañado al verlo limpio y nada cansado.
— No es eso, se ve que es usted muy bromista, esas tierras están listas para sembrar.
Papá pensó que era el joven quien bromeaba.
— Debo reconocer que ha mejorado usted en su técnica, pues la tierra está muy bien removida— agregó el peón.
Papá quiso constatar si era cierta la aseveración dicha por el peón. Me amenazó para no salir de la casa, luego lo pensó mejor y me llevó con él. Al llegar a nuestra chacra estaba bien trabajada. Papá no entendía nada, me miró y creyó que yo lo había hecho, al ver mi actitud de asombro comprendió que no lo hice. En eso se apareció mi maestro.
— Fui yo.
Nos quedamos atónitos mirándolo. Mi tutor es de esos tipos famélicos (flaco), sus manos no son toscas y era porque los últimos años se había dedicado a ejercer su profesión de educador y en su adolescencia su vida fue la chacra. Eso me contó cuando almorcé en la cabañita, allí en todo momento me persuadió (convenció) para volver a casa y luchar por mis quimeras (sueños).
Papá le dijo al peón vaya a mi casa para que mi madre le diga donde descansar, pues para los siguientes días aún hay más tierras por trabajar. Mi padre agarró del cuello al maestro y le preguntó cuánto le debe.
— Le pagaré lo que iba a darle a ese peón, pero no debió meterse donde no lo llaman. Es más no le creo, un escuálido como usted jamás podría trabajar estas tierras.
Mi maestro tenía un pequeño bolso que llevaba cruzado en el pecho, de allí sacó un whisky, no sé cómo, pero dio en el punto. Esa bebida era la debilidad de mi padre. Me pidió vaya tranquilo a mi casa.
— Quién diablos se cree para darle órdenes a mi hijo— le reprochó.
— Acaso quiere que él también beba con nosotros— bromeó.
 Papá me ordenó vaya a casa. Esa tarde fue maravillosa, mi tutor supo ganarse a mi padre, no solo por el licor sino también por sus palabras convincentes, mi profe era todo un sofista (es quien tiene el don de la palabra). Le dijo que yo le recordaba a él cuando era adolescente y que mi padre era igual al suyo hasta cien veces peor; pues, solo cuando obtuvo su título hicieron las pases ya que sus chacras fracasaron y gracias a su profesión pudo ayudarlos. Su padre se disculpó por ponerle taras en sus estudios superiores y llorando le pidió disculpas.
— Ser campesino es maravilloso y creo que Beto sería tan bueno como usted, supe en el pueblo que vende los mejores productos, aunque en poca cantidad, pero es de los mejores— hace una pausa, bebe un poco y le alcanza la botella—. Tenga, sí que está bueno este whisky y al parecer nos quedará corto y si me lo permite en mi humilde hogar tengo otro, ¿gusta ir?
Papá estaba picado y aceptó sin vacilar. Esa tarde rieron, se contaron anécdotas, mi padre cambió rotundamente la imagen que tenía de mi maestro.
— Más allá del permiso que sí se lo daré— da una risotada (risa exagerada)—. El detalle es la plata, dígame, ¿cómo voy a pagarle sus gastos hasta la capital?
— Faltan varios meses para el examen, ya empecé con su terrero más “difícil” — hace las comillas al aire—. Creí que era usted un hombre de retos, no comprendo porque tenía abandonada esa tierra ya verá los buenos frutos que dará.
— Debo reconocer que es una calavera con fuerza— le bromea y ambos ríen.
Mi tutor logró convencerlo y le hizo entender que él sería exigente no solo conmigo sino con mis demás compañeros; pero, en mí ve más posibilidades para esa beca y resaltó mi forma de ser. También halagó a Toño y Casimiro. La noche estaba por caer, mi papá estaba ebrio y no aceptó la hospitalidad de mi tutor y lo llevó de regreso a casa, en el camino ambos fueron vistos por el señor Choquehuanca (el papá de Casimiro).

El sábado por la tarde Toño vio al profesor en el pueblo quiso preguntarle si logró convencerme para que vuelva a mi casa. “Seguramente no porque Beto ya me hubiera visitado o reclamado por traicionarlo”, pensó. Al llegar a su casa su mamá tendía la ropa y le preguntó si alguien lo vino a visitar y se sintió más tranquilo cuando su respuesta fue un NO (en realidad quiso saber si vine o no). Estaba cansado como para venir a la cabaña, además mi profe le dijo que se encargaría este fin de semana de visitarme y llevarme comida, su cuerpo adolorido le hizo culparme, por eso no quiso verme. El lunes pensó venir a la cabaña y explicarme por qué le dijo al tutor mi ubicación, desconocía que ya volví a mi casa.

El fin de semana me la pasé trabajando, quise ir donde Toño, pero preferí enfrentarlo el lunes, aunque al final creo que me hizo un favor, pues no saben cómo lloré de alegría anoche cuando mi tutor tambaleándose por la borrachera me dio la noticia del cambio de opinión de mi padre.
Este lunes cumpliré catorce años y sueño con un futuro diferente a la vida del campo, la vida es un poco injusta a quienes nos mandó nacer en los pueblos porque nos resta posibilidades de ser profesionales, pero como dice el profe eso no debe ser un impedimento pues quien ha nacido para triunfar o para brillar debe hacerlo y nada debe impedirlo. Contento fui a clases, Lucecita se alegró de verme, se me acercó y miró mi rostro con detenimiento como si buscara alguna herida o moretón y no encontró nada.
— ¡Qué extraño! — musitó mientras tocó mi rostro.
Al encontrase con mis ojos se sonrojó y se disculpó por tal atrevimiento. Le conté sobre el cambio de actitud de mi padre para asistir a clases y luchar por la beca. Ella se alegró y nos quedamos mirándonos. Hubo un silencio entre nosotros, era como si esperara unas palabras y efectivamente así era.
— ¿Tienes algo que decirme? — me inquirió emocionada.
Su pregunta no la entendí, obviamente no sabía nada de la carta escondida por Toño. Mis otros compañeros se acercaron a saludarme y me alejaron de ella. Lucecita se quedó cavilada (pensativa) y en cuanto llegó Toño se le acercó.
— Necesito que me digas si viste cuando Beto leyó la carta que te mandé, ¿te dijo algo estos días?
Me desocupé de mis compañeros y miré en la entrada del salón a Toño conversando con Lucecita, me acerqué lentamente a ellos.
— Ayer le llevé comida y no me comentó nada, terminamos cansados pues no sé si te dije que me estuvo ayudando en unas chacras que tengo algo alejadas de mi casa.
— ¿Por qué mientes? — le preguntó ella.
— ¿Mentirte?, para nada.
Ella se molestó, no comprendía por qué la estaba timando (mintiendo) si yo ya estaba en casa, ella lo supo porque el sábado buscó a Casimiro para que la lleve a mi escondite y este le contó como mi padre me descubrió y por eso me dio una paliza. Le exageró lo poco que vio.
— ¿Y qué le llevaste de comer? — le inquirió algo sarcástica.
— Mamá mató unos cuyes, a Beto le encanta no sé si lo sepas, es su plato favorito e hicimos como un adelanto por su cumple.
Yo escuché toda esa última parte de la conversación, ninguno de los dos me vio, estuve oculto y no comprendía por qué diablos mi mejor amigo inventaba todo eso, pues supe que Lucecita ya sabía que estaba en casa porque mi madre se lo dijo ayer cuando vino a buscarme y yo estaba trabajando con mi padre.  Mamá aprovechó en invitarla para almorzar hoy por mi cumpleaños. Toño hablaba de una manera tan real que cualquiera le creería.
— ¡Basta! — explotó — ¿Qué ocurre contigo? Beto está en su casa desde el viernes en la tarde por qué dices que sigue oculto y que ayer comieron como los mejores amigos del mundo, no comprendo por qué me inventas todo esto. Dime, ¡por qué!
— Yo también quiero saber el porqué— intervine.

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